Pelo afro: el drama estético (y social) de las mujeres negras

En los últimos días, han aparecido numerosas reseñas en prensa que señalan los productos alisadores del cabello como peligrosos para la salud. Sin embargo, esta noticia se refiere a un tipo de formulaciones específicamente agresivas que se utilizan para alisar el pelo afro y que esconde detrás la discriminación racial que padecen las mujeres negras en Estados Unidos.Las mujeres afroamericanas son las que más recurren a este tipo de tratamientos, a veces incluso desde edades tempranas, con el objetivo de poder lucir una melena lisa, para adaptarse a los modelos de belleza impuestos. De hecho, en Estados Unidos, se ha hecho público el caso de Jennifer Mitchell de 32 años, quién ha denunciado a una multinacional fabricante de este tipo de cosméticos como responsable de su cáncer de útero tras casi 20 años utilizándolos. Su denuncia ha situado de nuevo en el debate público la presión que sufren las mujeres negras por intentar adaptarse a un canon de belleza en el que su tipo de cabello no cabe.Lo que no se explica es que las mujeres afroamericanas sufren una enorme presión para ocultar la verdadera naturaleza de su cabello y con ello no se está señalando solo una textura capilar, con la imposición de este restrictivo modelo de belleza, se está atacando su identidad étnica.En Estados Unidos al cabello afro se le denomina "bad hair", pelo malo, un concepto que ya es por sí totalmente discriminatorio y racista. Está mal visto que las mujeres negras lo lleven al natural y hacerlo se considera una falta de pulcritud. "Arreglarse el pelo" para muchas de ellas es camuflar su rizo o recogerlo en trenzas. Verse bien es cumplir con los parámetros estéticos eurocentristas impuestos. En algunos estados del país han llegado a despedir a trabajadoras por acudir al trabajo con el cabello sin recoger. Por eso es tan frecuente el uso de pelucas, extensiones y tratamientos alisadores. Lo que es muy desconocido en nuestro país es que Beyoncé no tiene el pelo liso, ni Naomi Campbell, ni Meghan Markle. Solo hay que fijarse en la raíz del cuero cabelludo para ver como aflora la verdadera naturaleza del cabello.Otro ejemplo de la presión que sienten las mujeres negras por no mostrar su rizo lo vemos en la figura de Michelle Obama. Durante la presidencia de su marido, Barack Obama, su cabello era liso y brillante, debido al uso de pelucas o extensiones. Sin embargo, cuando dejó de ser Primera Dama comenzó a mostrar su cabello al natural. El mensaje social que se ofrece, en este caso y en los demás, es que para ser elegante y tener una buena imagen, el cabello afroamericano no es jamás adecuado. Y es que no había antecedentes de una mujer negra en la primera línea del poder político en Estados Unidos y, Michelle Obama no quiso o no pudo romper estereotipos, decidiendo cumplir con el canon impuesto.Debemos partir de la evidencia que las mujeres negras no tienen el pelo liso y es muy difícil que lo tengan. El tipo de rizo de la población afroamericana se caracteriza por ser muy marcado, enroscado, y corresponde al tipo 4C. Su propia textura dificulta que el sebo natural del cuero cabelludo hidrate las fibras capilares, lo que provoca que tenga tendencia a verse encrespado y deshidratado y, por tanto, sea más proclive a la rotura. Es un cabello delicado, aunque no lo parezca. Así que, para alisarlo, se debe recurrir a productos agresivos capaces de modificar una estructura en espiral hasta hacerla plana, pese a que puede dañarlo.Para conseguirlo hacen falta tratamientos que modifiquen la hebra capilar o pelucas y postizos que den la apariencia de que lo son. Esta necesidad genera un enorme negocio que va desde los productos químicos a las extensiones o pelucas de pelo natural o sintético.Las pelucas y extensiones de pelo natural son la opción más cara, ya que en su elaboración se utilizan fibras capilares de mujeres de la India, cuyo pelo naturalmente es negro y lacio. Esta opción puede llegar a costar unos 1.000 dólares. En el caso de las extensiones supone además más trabajo en el salón, ya que hay que fijarlas en el cabello y realizar un mantenimiento, el pelo no deja de crecer. Es la elección más cómoda de llevar, pero la más costosa, sobre todo por los cuidados adicionales. Llevar extensiones supone un cuidado máximo y, por ello, muchas mujeres no dejan que nadie toque su pelo, ni siquiera sus parejas, no quieren acudir al gimnasio para no maltratarlo y tampoco lo mojan en la playa o la piscina.La población negra es, según datos del Censo de los Estados Unidos de 2016, la segunda en el ránking de pobreza con un índice del 26,2%, la primera son los nativos americanos con un 27,6%. A esto se le suma que las mujeres en términos generales son más pobres que los hombres, un 16,3% frente al 13,8%, según los datos de la misma fuente.Por tanto, las mujeres afroamericanas cuentan con menos recursos económicos para adaptarse a unas exigencias estéticas impuestas que otras mujeres no tienen. Se trata de una doble discriminación, por raza y por género.Los productos alisadores que utilizan las mujeres negras en Estados Unidos no son los mismos con los que se trata el cabello europeo, a excepción, de las mujeres de origen africano. El rizo de las blancas es mucho más dócil y para modificarlo se recurren a fórmulas menos agresivas. La calidad de los recursos que utilicemos suele ir en consonancia con el precio de mercado. Y no todas las mujeres negras se pueden permitir los mismos productos. Dentro de la industria existe variedad de precios que se adaptan a los diferentes niveles adquisitivos de la población. Es decir, no es lo mismo el tratamiento que puede permitirse una actriz o artista negra que el que paga una trabajadora. Las diferencias sociales también impactan en las posibilidades de cambios estéticos, los recursos no son iguales, aunque la presión sea la misma. Por tanto, existe al mismo tiempo una discriminación económica.La industria de la belleza en este país mueve millones de dólares. Solo los consumidores negros gastan al año 1 billón de dólares, de los cuales 473 millones son en productos para el cabello. Está claro que las mujeres afroamericanas deben afrontar un gasto extra para cuidar su imagen, llegando a invertir hasta 6 veces más que una mujer blanca. A esto se le añade que no encuentran en el mercado mucha variedad, que los precios de estos productos son un 70% más caros y que se utilizan con mayor frecuencia que los cosméticos para pelo liso. Además, para encontrar productos específicos para su patrón de rizo deben acudir a tiendas especializadas o productos con un precio más alto. Esto provoca que las mujeres negras se sientan poco representadas, pese a ser las que más gastan, y que sus necesidades estén excluidas de las formulaciones de las principales marcas, así como de las campañas de publicidad.La clave está en entender que los cánones de belleza son siempre restrictivos y discriminatorios. Detrás de ellos se esconden conceptos sociales que para nada son superfluos. El cabello cuenta además con un fuerte peso simbólico en nuestra concepción identitaria y social. Determina claramente nuestra imagen y si nos sentimos validados o no. El pelo afro está marcando una desigualdad racial que incide mucho más en las mujeres y en las capas sociales más deprimidas. Reivindicar su belleza es una cuestión de justicia.

Pelo afro: el drama estético (y social) de las mujeres negras

Las mujeres afroamericanas deben afrontar un gasto extra para cuidar su imagen, llegando a invertir hasta 6 veces más que una mujer blanca

Esther Cañadas

Periodista y escritora de belleza